Calcuta y Sunderbans

Sólo tras haber visitado Calcuta puede uno entender por qué Lapierre tituló su novela como la ciudad de la alegría.
A nadie que no haya pisado la India le recomiendo que elija Calcuta como primera etapa, era mi tercera vez y me ha tocado muy adentro. No pretendo hacer un diario exhaustivo de las cosas a visitar en Calcuta porque esto es un relato para viajeros, no para turistas. Los turistas encontrarán guías magníficas que les detallen los monumentos a ver y las rutas a seguir. Mi relato es para otros.
Calcuta me estaba rodeando alrededor del antiguo templo de Kali mientras veía gentes sentadas que esperaban no sé bien qué, a otros que vendían flores o tarros con mantequilla y azúcar. En ninguna ciudad india había visto tanta gente sin zapatos, con tan pocos harapos ni tan desnutrida.
Cuando de repente me hizo girar la cabeza un sonido de cascabeles: un rickshaw tirado por el hombre más delgado del mundo avanzaba hacia mí y con una sonrisa y un guiño de ojo me pedía que me apartara.
Y ahí Calcuta me golpeó a base de sus sonrisas que nacen en la más absoluta necesidad y carencia de todo lo material.
Por las mañanas alrededor de las bombas de agua situadas cada 50 o 100 metros, la gente se agolpa, ya enjabonada para aclararse cuando le toque el turno. Hacen colas de 15 o 20 personas.
La contaminación te quema la garganta. Cada centímetro de asfalto está ocupado, debajo de los puentes no queda un sitio libre, las familias enteras viven en la calle. Es imposible que algún día alguien esté solo.
Y no puedo decir que Calcuta sea bonita, tiene edificios, palacios heredados de su capitalidad, monumentos cubiertos de mugre, zonas con parques...pero su encanto reside en sus marcados: de flores, de artículos religiosos, de telas...Su encanto es su gente, que no sabe pedir, que han perdido quizá la esperanza pero no la dignidad. Que sonríe siempre.
Recuerdo varios momentos impactantes: uno de ellos en el mercado de las flores. Es muy temprano pero ya hace mucho calor, un calor insoportable que sale del asfalto. Cruzamos un puente sobre una vía de tren que pasa a un metro de las viviendas y entramos en una explosión de colores: flores naranjas, rojas, blancas, vendidas al peso para honrar a los dioses. No sé dónde mirar si a los vendedores con sus ropas, sus regateos, sus sonrisas, su vida cotidiana o a las montañas de colores. 
Y el otro momento cumbre es el Ganges, mi Ganges, mi río, ancho, tranquilo, con la vida en sus orillas y en sus puentes. Con la muerte en sus orillas. En el barco, en el ghat del templo de Kali con el agua tibia, desde el coche, desde el puente, en mis fotos, en mi memoria.
Calcuta te da mucho más de lo que puede recibir de tí.
Sólo tras haber estado en Calcuta puede uno entender la capacidad de supervivencia del hombre
A pocos km del caos organizado de Calcuta aparecen los campos de arroz de Bengala, en el delta del Ganges, cuando forma la zona llamada Sunderbans.
Para mí es el complemento perfecto de la visita a Calcuta porque aquí el viajero (que no el turista) puede ver el otro polo de la población: los que viven en chozas de adobe y paja, que cultivan arroz y pescan, los niños que juegan al fútbol entre el barro y van a la escuela por caminos de tierra y llegan sin mancharse las ropas. Las familias que al menos tienen una vaca y que conviven en aldeas y poblados y que cuando los visitas te sacan sus mayores tesoros: dos sillas de plástico y un abanico de bambú.
Los paisajes son como los de cualquier cuento de Kipling, verdes imposibles, agua, chozas y caminos, mujeres con saris de colores que van a por agua a las fuentes. Altas palmeras, árboles, espesura que esconde tigres.
Y el Ganges que nada tiene que ver con otras ciudades, con su fuerza de Haridwar o su con su misticismo necrológico de Varanasi. Antes de morir crea vida: campos, cultivos, manglares, muere viviendo.
Sunderbans es un precioso cuento.

Paro

En Paro está el único aeropuerto del país así que todos los turistas, al menos una vez pasan por aquí. Es una ciudad pequeña, nueva, con calles anchas y bien delineadas y edificios cuidados al estilo tradicional. También tiene un dzong que iluminan por la noche donde se rodó la película de Bertolucci de "El pequeño Buda", un museo y un templo antiguo que se construyó el mismo día que uno de Bhumtang para vencer a un demonio. Pero sin duda su mayor atractivo turístico es el templo del "nido del tigre".
Si hasta estas alturas de viajar en Bután uno tiene alguna duda sobre la veracidad de las historias y leyendas, al llegar hasta este monasterio se disipan. Está apoyado con delicadeza sobre una montaña y fueron ángeles los que llevaron a sus espaldas los materiales de construcción y con cabellos lo ataron a la montaña. Gurú Rimpoché eligió el emplazamiento tras meditar en una cueva a la que llegó volando a lomos de una tigresa (una de sus esposas convertida en animal para tal fin) y donde derrotó a un demonio local. El budismo no mata demonios ni espíritus malignos sino que los convierte al budismo y utiliza su fuerza para que defiendan el dharma.
Actualmente no hay tigres sobre los que llegar sino una marcha de más de 2 horas cuesta arriba, unas escaleras que bajan y otras que suben. Puede ser recomendable alquilar unos caballos que te llevan hasta las escaleras aunque nosotros lo hicimos todo caminando.
Sin palabras.
Bután es un reino medieval disfrazado de democracia, que obliga a buena parte de sus habitantes a rezar en casa (está prohibido construir templos que no sean budistas pese a que el 20% de la población es hinduista), a vestir un traje caluroso en verano y frío en invierno y no concede, o lo hace a duras penas, visados para viajar al extranjero.
Una doble moral prohíbe matar animales en todo su territorio pero les gusta tanto la carne que la importan desde India: los animales comen animales, según ellos.
Los paisajes son como un papel arrugado cubierto de bosques en sus partes más altas y de ríos en cada uno de sus valles. En cada cruce y paso hay miles de banderas de oración que conjuran y vencen demonios, pisadas de santos o huellas de diablos en las rocas, lagos con lámparas de aceite y tesoros aún por descubrir.
Es un país de gentes amables que posan para cada foto sin dejar de sonreir, de gentes honradas (hemos recuperado la cámara de fotos que olvidamos en el aeropuerto de Paro) y sinceras.
Espero que siga conservando su esencia por mucho tiempo.

Bhumtang

De Punakha salimos temprano y recorremos bastante carretera, pasando por el dzong más grande de Bután, el de Trongsa, concebido como una fortaleza militar en un cruce de rutas y caminos comerciales. A lo largo de los siglos se fue ampliando y desde lo alto de la carretera se pueden diferenciar las distintas fases, ya que casi se divide en tres edificios vertebrados a base de patios y pasillos.
Nuestro destino es, sin duda, el top del viaje: Bhumtang.
Llegar a Bhumtang es difícil ya que implica muchas horas de carretera pero uno puede entretenerse por el camino en contar todos los matices de verde que existen hasta llegar. Y aquí, más que en el resto del país, todo es magia y leyenda.
Un gurú, que entonces era pastor y no gurú, empezó un día a descubrir tesoros en forma de escrituras budistas que el caprichososo Gurú Rimpoché había escondido a su paso por la zona, y la gente lo acusaba de ser un impostor. Para demostrar que no mentía y que los textos eran reales, se metió en un lago con una lámpara encendida y el juego consistía en lo siguiente: si salía del lago con la lámpara sin apagar demostraría que decía la verdad. Ahora en el lago ardiente no hay ninguna lámpara pero está lleno de banderas de oración blancas, rojas, verdes, azules y amarillas y el lago, un remanso del río entre profundas rocas, sigue allí. Los más afortunados conseguirán ver el brillo de la lámpara a través del agua. Ni qué decir tiene que el gurú rescatador de tesoros salió ileso y lámpara ardiente en mano...
Por ello se dedicó a fundar templos y monasterios, algunos datan del siglo VII con cuevas que rezuman agua, figuras, pinturas y salas antiquísimas. En todos ellos hay una sala con armas en la planta superior, con espadas, cascos y armaduras para ahuyentar a los demonios. Los templos más impresionantes de los que visitamos, aunque la región está completamente llena de ellos, son el Tashing goemba, donde hay una capa hecha de cadenas que si uno se la pone y da una vuelta a la sala pensando en la bendición de todos los seres sensibles será a su vez bendecido, y el de Jampey donde hay tres escalones, uno de ellos bajo tierra, otro a nivel y otro más alto; el día que el más alto baje querrá decir que la edad del Buda Presente ha terminado.
Los otros dos templos que visitamos fueron el de Kanchagsum y el de Kurjey, también impresionantes pero con menos carga mística y de misterio que los dos anteriores.
El dzong de Jakar, tras haber visto tantos dzongs y tan magníficos decepciona un poco.
Recomiendo Bhumtang a todo el que busque leyendas de leones, dragones, demonios y gurús.

Punakha

Si tengo que elegir un dzong de Bután, sin duda es el de Punakha, por sus dimensiones, su mantenimiento y porque parece flotar entre dos ríos. Dentro de los dzong hay bastantes templos-capillas pero no todos pueden visitarse, normalmente están abiertos 1 ó 2 en cada dzong.
Pero lo más impresionante de Punakha no es su magnífica fortaleza, sino es el templo de Che Mi. Para llegar hasta él hay que atravesar arrozales y pueblos con casas de techos de madera y pinturas en las paredes tipo grafitty butanés con dragones, leones y penes voladores que atraen la buena suerte. En una casa se oyen unos tambores y un hombre sujeta a un gallo: parece que hay alguien enfermo y hacen esta ceremonia para alejar los malos espíritus que le han traído la enfermedad. El gallo sale ileso de esta ceremonia, lo que no sabemos es el resultado para el enfermo.
Tras subir una última cuesta y pasar un chorten donde charlan unas mujeres, se llega al templo, muy antiguo, donde muchas parejas van a pedir para tener descendencia. Una pareja de japoneses se vio recompensada con un niño y volvieron los 3 al cabo de unos años para agradecerlo.
En todos los templos y monasterios de Bután hay muchos niños, es una especie de escuela donde aprenden a leer y escribir, pero sólo permanecen en la vida monástica los que realmente sirven para ello. Mientras tanto sus maestros les dejan ser niños, ríen, hablan y se tiran papeles durantes las interminables sesiones de rezo. Otros nos enseñan unas cartas de personajes de acción con las que juegan. Afortunadamente pasamos sólo unas horas en el cochambroso hotel de Punakha. Está lleno de españoles que siguen por el canal internacional la victoria de Nadal, en no recuerdo qué competición, quizá por la fecha fueron los juegos olímpicos. Tan sucio lo vemos que, en un intento a ahuyentar, al menos a los roedores, dejamos una luz encendida toda la noche. La iluminación no impide que por la mañana me encuentre una cucaracha paseando impunemente por mi cepillo de dientes.

Thimpu

Thimpu es la capital política de Bután. En cierto modo, exceptuando la arquitectura tradicional de sus casas, me decepcionó un poco.
Lo primero que visitamos es el centro de fabricación de textiles, en donde hacen los vestidos tradicionales que todos los butaneses, cualquiera sea su procedencia, se ven obligados a llevar. De hecho el guía se extraña de que en España no tengamos un traje nacional para ir a trabajar o al colegio.
El chorten de Thimpu no es más que una estupa blanca pero está lleno, a primera hora de la mañana, de gentes que van a rezar y a intercambiar las informaciones del día anterior. La mayoría son personas mayores, con esas caras asiáticas intemporales, sonrientes, que posan encantados para la foto sin dejar de girar sus ruedas de oraciones.
Por lo demás Thimpu tiene tiendas, muchas tiendas, museos, un centro de medicina tradicional, el cual no conseguimos visitar aunque vamos en dos ocasiones, y un bonito Dzong. Los dzong son estructuras que se repiten a lo largo de todo el país y consisten en imponentes fortalezas de adobe y madera pintada con patios interiores en los que se reparten el poder los monjes y la administración. El país no es el mejor ejemplo de laicismo.
El takim es un animal muy extraño, herbívoro, que parece haber surgido de una mezcla de animales: no tiene una parte del cuerpo que se corresponda con otra: la cabeza es demasiado
grande, las patas cortas... es, digámoslo, bastante feo. Hace años hicieron a las afueras de Thimpu un zoo que desmantelaron al poco tiempo por ser "poco budista" el hecho de tener a los animales encerrados, pero éstos, acostumbrados a vivir en cautividad no querían marcharse y decidieron poner en funcionamiento de nuevo el zoo. En realidad es un zoo muy diferente del de Darjeeling o de cualquier otro que haya visto ya que son enormes superficies arboladas y valladas en las que los takines, ciervos y otros pastan alegremente sin que les haga falta más espacio.
Lo más bonito, en mi opinión, de la ciudad es un antiguo templo llamado Changankha, del siglo XIV, donde los padres van con sus niños recién nacidos para que los bendigan. En Bután el nombre de los niños lo eligen en el templo según su fecha de nacimiento. En este templo hay muchos niños. Un pequeño que apenas sabe andar, se fija y repite los movimientos de su madre al hacer las postraciones. Los butaneses rezan primero postrándose hacia el lugar de rezo o estudio de un lama y luego hacia la figura del Buda. Lo hacen así porque dicen que sin la ayuda de los lamas no podrían entender la religión y que es a ellos a quien deben el primer respeto.
Los templos budistas de Sikkim y Bután son diferentes en varios puntos: lo primero es que en Sikkim la figura principal del templo es la de Gurú Rimpoché o Padmasamvava, un indio que llevó el budismo a esa zona. Detrás de esta figura hay un pasillo con una estatua de Buda. En los templos de Bután, sin embargo, la figura principal es la del Buda del Presente y no existe este pasillo posterior. La otra diferencia es el estilo de las pinturas, a las que, en ninguno de los dos sitios parecen valorar mucho, hecho sorprendente teniendo en cuanta que algunos murales datan de hace más de 500 años. En muchos casos se hallan tapados por telas.
Al día siguiente visitamos entre barro y lluvia el mercado de frutas y verduras, colorido, regentado por campesinos de los alrededores que te pesan un kilo de mangos riquísimos, que compiten en dulzura con los que comí hace algunos años en Delhi en el hotel Imperial para desayunar, mientras hablan por el móvil.
Un puente construido en estilo tradicional cruza el río hasta una zona con tiendas. El viajero no debe sorprenderse si una construcción que parece antigua no tiene más de 30 ó 40 años: hay una ley que exige que todas las construcciones nuevas sean hechas al estilo tradicional, con adobe y madera.

La entrada a Bután

Salimos camino hacia Bután, por la vía de Puntsholing. Hay otra frontera terrestre, desde el estado de Assam pero parece que no es muy recomendable por los problemas con los separatistas assameses. El camino se hace largo ya que la carretera es bastante mala y además se encuentra en peores condiciones por el monzón. De hecho hasta este mismo día no sabíamos si podríamos viajar hasta Bután debido a que la única carretera que une Phuntsholing con Thimpu se encuentra cortada desde hace varios días a causa de deslizamientos de tierra. La noche anterior en Kalimpong nos informaron de la posibilidad de viajar a Bután, pero hasta esa misma tarde pensábamos que íbamos a quedarnos visitando los alrededores de Kalimpong.
El camino que atraviesa Bengala hasta Phuntsoling pasa por aldeas que viven de plantaciones de té y arroz. Es curiosa esta asociación agrícola ya que creía que la planta del té necesitaba más altitud y frío para desarrollarse pero debe tratarse de otra variedad. En un pueblo el autobús escolar recogía a los niños y se ladeaba hacia la derecha de forma que parecía que algunos de los niños que viajaban en el techo del vehículo iban a caer.
Vimos pobreza, hombres extremadamente delgados tirando de carros llenos de leña, mujeres que recorrían largas distancias también transportando pesadas bolsas y la mayoría de los niños van descalzos. Incluso un casi bebé bebía agua de un charco.
El puesto fronterizo entre India y Bután no es más que un edificio donde un lángido funcionario estampa sellos, a la derecha de una calle ancha, sucia, con una mediana que separa los dos carriles en un intento de modernizar la ciudad.
En esta misma oficina nos esperaba también el guía de Bután, vestido de manera occidental lo que nos sorprendió, ya que en todas partes habíamos leído que los butaneses están obligados a vestir el traje tradicional. Nos llevaron al hotel y allí nos despedimos de Vishal, el guía nepalés, orgulloso de ser ghurka que tanto me enseñó de budismo, y también de baba, el conductor siempre con una sonrisa a cualquier hora y por cualquier motivo. Gracias desde estas páginas a los dos por hacernos pasar unos días tan agradables en Sikkim.
Esa misma tarde paseamos por Phuntsoling que tiene los encantos de cualquier ciudad fronteriza, destacable por una puerta ornamental y por la ausencia de vacas en las calles. Las noticias que recogemos respecto al estado de la carretera que tenemos que tomar al día siguiente, no son muy alagüeñas: lleva 4 días cortada y el país está entrando en una especie de pánico debido a la falta de suministros.
Encontramos a un grupo de españoles que viajaban con Nobeltours y que nos contaron que ya llevaban 2 días en aquella ciudad sin interés. Durante la cena hablamos con nuestro guía, planteándole todo tipo de posibilidades en caso de que la carretera siga cortada. Las opciones que hemos decidido son volver a la India y atravesar la frontera de Assam, cosa que Tashi, el nuevo guía, nos descarta por ser al día siguiente el día de la Independencia India. Lo siguiente que planteamos es ir hasta Nepal y desde Kathmandú tomar un vuelo a Paro. Nos encontramos con un recio muro que nos escucha pero no sale de decirnos que vamos a intentar pasar por la carretera cortada. Vamos a dormir algo tristes e inquietos, casi seguros de no poder avanzar y de tener que volver a Phuntsoling.
A los 50 km de salir de la frontera, media hora más temprano de lo que quería el guía, fue lo único que conseguimos sacarle en la negociación, escuchamos un fuerte ruido y al poco nos damos cuenta de que se nos ha roto el carter y debemos esperar a que la agencia nos envíe otro coche desde Thimpu. Los coches pasan de forma intermitente, lo que nos hace pensar que sólo se permite el tráfico de forma puntual. En los andenes de las carreteras están los mismos trabajadores de Assam, Bengala, Bihar y Bangladesh que poblaban el camino al lago Tsongo en Sikkim.
El guía nos explica que las escuelas en Bután son gratuitas, exceptuando una especie de matrícula casi simbólica y la compra del uniforme que deben abonar las familias. Pero los niños de los trabajadores que viven en casas de lata entre el lodo no tienen escuelas, sólo dejan pasar el tiempo hasta que, si tienen suerte y sobreviven, alcanzan la edad necesaria para acarrear piedras en las carreteras como sus padres.
Durante las casi 5 horas que permanecemos en la cuneta esperando el nuevo coche somos la atracción de todos los poblados, sobre todo de los niños que, evidentemente, están ociosos. Los más mayores cuidan de los más pequeños y todos quieren verse retratados en las cámaras digitales. Sus play station son los restos de un aparato metálico, un palo o incluso un chicle se convierte en diversión durante un buen rato. Uno de ellos tiene unas golosinas que le han dado un grupo de españoles que han pasado por aquí camino también de Thimpu y se acerca a ofrecernos por si queremos una. Sonrisas blancas.
Ya de noche alcanzamos Thimpu, entre baches, sorteos de ríos que bajan de la montaña con más o menos fuerza y esquivos de piedras.

Kalimpong


Kalimpong es el paraíso de las compras. Si alguien va a viajar después a Bután, le recomiendo que compre en Kalimpong todos los souvenirs que quiera llevarse y es que en el país vecino los precios se triplican. Hay una sola calle principal en la que hay varias tiendas, casi todo lo comprable son objetos budistas: Budas de madera, ruedas de oración, canvas (pinturas budistas), máscaras rituales...
En Kalimpong también llueve y nuestro hotel es una preciosa casa colonial que está al final de la calle comercial. Seguimos con nuestra afición por los juegos de cartas y aquí tomamos el mejor Bloddy Mary de todo el viaje. Nuestra habitación hace esquina y tiene ventanales por todas partes. Al despertar escribo un buen rato en el diario, apoyada en una antigua mesa y con las montañas verde oscuro al fondo.
Por la mañana visitamos un monasterio budista cercano de la orden nyngpa que es el único de todos los que hemos visto en Sikkim, en el cual se pueden fotografiar los interiores. Hay una niebla espesa que lo cubre todo, casi nos impide ver la propia mole blanca del monasterio y de repente, en unos segundos, la niebla se deshace y las paredes encaladas relucen bajo un tímido sol. En un edificio cercano los niños recitan mantras bajo la mirada atenta del lama. La niebla y el canto monótono hace el momento hipnótico.

Rumtek


El monasterio de Rumtek, también cerca de Gangtok, en cambio, sí merece la pena. Fue construido para alojar a los monjes de la orden karmapa cuando los chinos destruyeron su monasterio principal en el Tíbet. Está custodiado por el ejército indio debido a disputas entre varias facciones de esta orden budista. La historia es la siguiente... Parece ser que el XVI Karmapa (líder de la secta) murió sin dar las cuatro claves a sus ayudantes (una a cada uno) para encontrar a su sucesor. Por eso la secta se ha dividido y ahora hay dos karmapas: uno en Dharamsala , reconocido por el Dalai Lama y cn el que aparece en fotos, y otro que vive en Kalimpong. En este monasterio se conserva escondido un sombrero negro tejido con cabellos de ángeles: el poseedor del sombrero es el verdadero karmapa y dicen que esto justifica el despliegue del ejército para que nadie intente asaltar el monasterio y hacerse con el trofeo.
Al salir de la propia ciudad de Gangtok visitamos un chorten construido para apaciguar a un demonio local que en la década de los 70 andaba propagando epidemias y desastres varios por la zona. Al lado se encuentra el interesante museo tibetano que muestra tangkas antiguos, piezas usadas en rituales de exorcismos y artilugios tántricos con calaveras y fémures humanos que recuerdan la inevitable muerte.
Todas estas historias, a la luz de la modernidad, de los ordenadores, de las prisas, del asfalto, parecen cuentos imposibles pero viendo sus paisajes verdes y montañosos, uno entiende que Sikkim fue un reino con un rey con corona y sin zapatos que vivía en un palacio por debajo de los monjes, que lucharon con otros reinos tan importantes como Tíbet, Bután o Nepal, que controlaban parte de las rutas comerciales de la Edad Media que luego traían sedas a los palacios de Europa. El día que el rey decidió comprar un helicóptero y vestir a la europea una especie de maldición lo arrojó lejos de sus tierras y Sikkim fue anexionado a la India...
Repasando las notas que tomé en su día y releyendo lo ahora escrito, me doy cuenta de que me contradigo al afirmar que Gangtok no es una ciudad bonita y describo sus calles, sus mercados, sus chortens y su maravilloso museo tibetano. Hay lugares que uno no aprecia a primera vista y que sólo a la luz de las fotos y los recuerdos, aprende a querer.

Gangtok

Gangtok no es una ciudad bonita. Por mucho que un día formara parte de la ruta de la seda camino hacia Tíbet y que ahora sea la capital de Sikkim, tiene dos calles peatonales rodeadas de comercios, una de ellas aún en proceso de construcción por lo que el monzón anega los cruces.
Es curioso pasear por estas dos calles peatonales donde la vida se desarrolla con calma. Una variedad de habitantes las pasea: monjes budistas comprando zapatillas en una tienda de Reebok, nepaleses con sus sombreros típicos, musulmanes con túnicas largas, un local donde se pone una película en video y todos pagan entradas más baratas que si fuera un cine, una tienda que anuncia un médico de personas y animales. También hay un mercado de alimentos en el que, tras callejear y comprar el Times of India de agosto que trata sobre los atentados terroristas de los trenes de Bombay, Jaipur y otras ciudades, nos perdemos. La gente es amable y todos nos piden posar para nuestras cámaras. El mercado está construido hace relativamente poco y en la puerta de un ascensor completamente nuevo, sin estrenar, se despliega el puesto de fruta y verdura de una mujer. Compramos unos mangos y unos plátanos ya que al día siguiente tenemos muchos km de carretera hasta Kalimpong y comeremos de pic nic en las afueras del monasterio de Rumtek.
La ventaja principal de llegar hasta aquí, hasta Gangtok, es que es punto de partida para hacer varias excursiones, nosotros las que hicimos fueron al lago Tsomgo y al monasterio de Rumtek.
No le recomendaría a nadie que fuera a visitar el lago Tsomgo en la época que fuimos: la niebla no nos dejó ver nada y además el aliciente de montar en un yak decorado con flores y telas de colores entre sus largos pelos, tampoco está disponible en época de lluvias. El camino es muy malo en estos meses por desprendimientos de tierras e inundaciones. Lo único que nos aportó el viaje fue ver las penosas condiciones en las que malviven los cientos y miles de emigrantes de Bihar, Assam y Bangladesh que trabajan reparando la carretera. Se refugian en casas de hojalata y hay que tener en cuenta que en esta zona del mundo, nieva desde diciembre a mayo y casi puede decirse que el resto del tiempo llueve. Son gentes sin papeles, sin derechos, pero con nombre y caras. Esto también lo vimos en Bután, como comentaré más adelante.
Pasamos infinitos controles del ejército debido a la proximidad de la zona con China. Al llegar a la cima, tras dos horas de saltos en el duro asiento del Jeep, se me coló la decepción. Aparte de un cartel, nada existente en el paisaje te hace pensar que estás a casi 3,500 m de altitud. Bordeamos el lago bajo la lluvia y nos refugiamos en un quiosco desde donde seguimos los intentos de un hombre que salió de la nada, por encender unas varas de incienso. Cuando lo consiguió volvió a perderse en la niebla.

Pelling

Desde Darjeeling nos trasladamos por carretera a Pelling bordeando el río Rangit. Antes de llegar al pueblo visitamos el monasterio de Pema rodeados de niebla. Los murales con figuras tántricas representando la dualidad, que se simboliza por una figura masculina y otra femenina en pleno acto sexual, están tapadas con telas para no herir la sensibilidad de los niños indios que van de vacaciones con sus padres a visitar el templo.
Desde Pelling conseguimos ver el Kanchengdzonga, el cinco picos, con sus cumbres de nieve azul.
El monasterio tiene un ambiente especial, la niebla cubriéndolo todo y las altas banderas del patio crujiendo con el viento. Nos recibe un perro en busca de comida y tenemos que buscar al monje que tiene las llaves para que nos abra, lo que quiere decir que lo vemos completamente solos.

Por la noche diluvia, éste era el monzón que recordaba de Birmania. Hemos iniciado la costumbre de jugar a las cartas después de cenar mientras tomamos una copa, preferiblemente un Bloddy Mary, homenaje a una azafata de la Royal Jordanian o, en caso de haber, una cerveza india tamaño gigante.
Al acabar la partida de esa noche ni el paraguas junto con el chubasquero pueden frenar las cortinas de agua que nos caen hasta llegar a la habitación. El hotel es tipo resort y debemos atravesar nos jardines hasta llegar a nuestra cabaña. Casi nos confundimos y entramos en otra, mezcla de la premura por la lluvia y la oscuridad.
Pero ya he dicho antes que la lluvia limpia el cielo y la mañana nos despierta con un espectáculo que difícilmente olvidaremos: el macizo del Kangzengdzonga se recorta ante nosotros, con sus eternos picos nevados que azulean.
Desayunamos con esta estupenda vista rezando para que las nubes no estropeen este espectáculo. Las mejores fotos que conseguimos son desde el parking de tierra del hotel donde hay plantadas unas banderolas de colores y un pequeño chorten achatado, con estas referencias se aprecia la majestuosidad serena inmensa de la montaña.
Desde el siglo VII existe un monasterio en Sangacholeing, cerca de Pelling al que se puede llegar caminando desde el pueblo o en jeep, lo cual elegimos nosotros, vistas las lluvias de la noche anterior que han convertido la caminata en un barrizal salpicado de sanguijuelas. A estas alturas del viaje ya he aprendido que lich no es un tierno gusanito que repta por el suelo, sino chupansangres. El jeep nos deja a unos 500 m del monasterio y acabamos el recorrido andando entre pinos por un camino de curvas pronunciadas.
En el siglo VIII el monasterio fue atacado y destruido por los gurkhas nepaleses, que quemaron libros budistas en una roca en la cual se puede ver, con imaginación, restos de dicha quema. En la sala del templo llamada Karmakala había un monje orando, al lado de una ventana abierta con vistas al Kanchengdzonga. Es, en este viaje, un momento hipnótico, mágico, de esos que te quedan marcados: los ritmos repetitivos de los mantras, el tambor, los platillos, las paredes con antiguas pinturas de deidades terroríficas defensoras del budismo y al fondo la blancura de los picos de la montaña.
Si cierro los ojos aún puedo sentir la silueta blanca recortada en la ventana a la derecha del lama, oir la letanía acompasada y oler a madera, pintura vieja e incienso.

Darjeeling

Todos los foros aconsejaban visitar Sikkim, diciendo que era una locura quedarse sólo en Bután. Cuando terminamos el circuito en Sikkim no entendía por qué tanto alboroto pero con el tiempo se me fue asentando su encanto y coincido en la opinión de que es imprescindible.
Llegar hasta Sikkim no resulta fácil. La opción que elegimos fue volar hasta Delhi y allí hacer un cambio de terminal en el aeropuerto para volar hasta Bagdogra, ciudad aún del estado indio de Bengala Occidental. Al llegar al aeropuerto nos metieron en un autobús vacío de Jetairways con el aire acondicionado a todo lo que daba. En la terminal, entre cajas, palés y columnas dormitaban los empleados, donde supongo que será su casa.
Ya en Bagdogra nos recibió un calor húmedo aplastante por las lluvias del monzón de las últimas semanas que habían convertido los arrozales a los lados de la pista de aterrizaje en espejos de agua. Nos recogió un chico sordomudo y pensábamos con asombro que iba a ser nuestro guía durante los siguientes días pero el guía de verdad, Vishal, un nepalés bajito y regordete, nos esperaba fuera.
Cargamos el equipaje en la baca del coche y lo protegieron con lonas de plástico, en previsión de que aquel cielo que parecía despejado iba a darnos una sorpresa a lo largo del día.
Y tomamos el camino a Darjeeling.
Calcuta fue capital del Imperio Británico en India durante siglos pero los ingleses no soportaban el calor asfixiante del verano por lo que, siguiendo su política de no mezclarse ni hacer suyas costurmbres extranjeras, fundaron una ciudad en las montañas del norte donde el clima era más benigno y parecido al de su tierra natal. Llama la atención los pocos británicos que de verdad se han integrado en las sociedades que han colonizado, ya sea en Asia o en Africa. Richard Burton, que fue uno de los mejores mimetistas que han existido y un enfermo del saber y conocer, tuvo muchos problemas de integración con la propia colonia británica debido a que ésta no veía con buenos ojos su acercamiento a los nativos.
Las carreteras en Sikkim no son buenas, hacen falta 2 ó 3 horas aún para llegar a Darjeeling. Para nosotros, que ya conocíamos Dharamsala, el paisaje verde y montañoso se nos hacía familiar.
Paramos a tomar un té de camino, en un lugar con unas preciosas vistas y en la mesa de al lado conocimos a una pareja de japoneses. Ella hablaba un poco de español y a partir de ahí nos los fuimos encontrando en hoteles, lugares turísticos, restaurantes...ella siempre se acercaba con ceremonia a saludarnos y nosotros intentábamos entablar una conversación básica adecuada a sus conocimientos del idioma. Personalmente creo que no nos entendía.
Ya de noche, Darjeeling nos recibió en la víspera de la inauguración de los juegos olímpicos de Beijing, que comenzaban el 8 del 8 del 2008, con decenas, y luego centenares, de tibetanos exiliados pidiendo el boicot de los juegos, con velas dentro de botellas de plástico, rezando y agitando banderas tibetanas.
Recuerdo una luz amarillenta que provenía de las velas que inundaba las calles y se coló en nuestras fotos.
En el centro de refugiados tibetanos de Darjeeling hay ya tres generaciones, la última de las cuales ha nacido en territorio sikkinés. Los más ancianos no hablan más que tibetano pero me pregunto qué historias podrían habernos contarnos de su huída del Tíbet ocupado de haber hablado un idioma común. Intentamos preguntarles pero era absolutamente imposible: sonreían y nos miraban con sus ojos pequeños con la curiosidad de siglos atrás. Trabajaban en artesanías como alfombras, lana, cuero...
La India fue el único país que tuvo valor para plantar cara a los chinos y permitió que miles de refugiados se asentaran en sus tierras. Incluso los tibetanos viven, en muchos casos, mejor que la población local, debido a las donaciones internacionales que les permiten construir hospitales o depósitos de agua potable, que llevan pintado el nombre de la comunidad benefactora, casi todas europeas.
Mientras viva el actual Dalai Lama, y ojalá sea por muchos , muchos años, hay esperanza para ellos ya que aglutina el poder espiritual y político y tiene un carisma y una energía difíciles de ignorar. El día que muera quizá tomen el relevo las facciones tibetanas más agresivas, que existen y muchas veces critican lo que ellos califican como “política blanda” del XIV Dalai Lama, y el conflicto cambie de rumbo...
En Darjeeling, por si faltara algo, también hay otras cuestiones políticas: muchos de sus habitantes piden un estado independiente llamado Ghurkaland, la tierra de los ghurkas, descendientes de los nepaleses inmigrantes. Los nepaleses inmigraron en época británica para cultivar las tierras plantadas de té. Este territorio Ghurka abarcaría parte de Sikkim y de Bengala. Aunque ha habido momentos más problemáticos ahora están en espera de unas elecciones. Las casas aparecen llenas de banderolas y consignas políticas apoyando a uno u otro partido. El equipo en el poder es criticado por corrupción y por haberse “vendido” al gobierno indio, eso sí, por unas cantidades importantes de rupias. La población espera que con la elección de un nuevo presidente más autoritario, se consiga la independencia y se imponga un gobierno de izquierdas que reparta la tierra (ahora en poder del Gobierno Central) y disminuya las diferencias sociales.
En Darjeeling también hay plantaciones de té, té que vino desde China, donde los trabajadores viven en una especie de semi esclavitud: cobran por kilos de hoja recogida y no tienen derecho a pensiones de jubilación o invalidez, asistencia médica etc. Las escuelas son muy rudimentarias de forma que los hijos de estos trabajadores se ven abocados a la casi obligación del trabajo en la plantación, cerrando el círculo. Incluso esperan con impaciencia llegar a los 12 o 13 años que es el límite para poder trabajar en la hacienda.
Tienen derecho, eso sí, de por vida (mientras trabajan y mientras esperan la muerte) a ocupar una vivienda en las inmediaciones de la fábrica de té, con paredes más o menos estables y techos de uralita.
Repartidos por todo el territorio plantado en terrazas escalonadas, hay una especie de quioscos donde las mujeres van a pesar el té que han recogido desde las 5 de la mañana. Otras lo hacen directamente en el edificio donde se procesa. Evidentemente el precio por kilo lo impone la fábrica.
El procesado del té se basa, principalmente, en su desecación. Casi todos los pasos se enfocan a este hecho: se deshidrata mediante potentes ventiladores, mediante máquinas que lo mueven y terminan de extraer el agua. El triturado es el final y a lo que menos importancia se presta. Hay multitud de variedades de té, algunas llegan a alcanzar los 130 euros el kilo, dependiendo de qué hoja de la planta es la que da origen a la bebida: las más pequeñas y delicadas son las más caras.
A parte de ser la ciudad del té, Darjeeling tiene una calle peatonal que va a dar a una plaza de forma indefinida, en la que se arremolinan tiendas de recuerdos y puestos ambulantes. La actividad comercial ha caído mucho desde que la situación política está revuelta por los deseos de independencia. Sí continúan los puestos de comida donde, para ver la mercancía, a los pescados les ponen velas en donde antes estuvieron los ojos.
Una de las atracciones turísticas, que en su día debió ser muy importante, es el tren de juguete que recorre varios km desde Darjeeling, al lado de la carretera. Es un tren de carbón y casi hojalata, sucio hasta más no poder (y no sólo de carbonilla) que camina renqueante por las colinas que rodean la ciudad. Hace tanto ruido que pienso que en cualquier cuesta tendremos que bajar a empujar. Hacemos una parada en un parque construido en una loma para conmemorar a los caídos no se sabe bien en qué guerra ni contra quien.
El zoológico de la ciudad nos permite observar parte de la fauna de la zona que de otra forma hubiera sido imposible: nadie sueña con encontrarse por la calle un oso tibetano (una osa para ser exactos), un tímido panda rojo o un solitario y fornido yak. Al final de este zoo se encuentra el museo de escalada, actual escuela de reputación mundial dirigida por descendientes del primer nepalés que alcanzó la cima del Everest en varias ocasiones acompañado a las expediciones europeas que tan de moda estuvieron a principios del siglo pasado y que llegaron a llevar a Brad Pitt a pasar Siete Años en el Tíbet. Sorprende los escasos medios, sobre todo de ropa, con los que contaban los primeros expedicionarios, que nunca oyeron hablar, ni falta que les hizo, del Goretex.
En un monasterio budista remoto, al final de una cuesta abajo infinita inmersa en las casas de los habitantes de Darjeeling, se encuentra un ejemplar del libro tibetano de los muertos, hecho de una pasta de pétalos de flor y arroz. Vimos una bonita tela naranja brillante y unas tapas de madera e hicimos un acto de fe colectiva al creer que ese ejemplar era el Libro de los Muertos. En cualquier caso el mérito estuvo en bajar y después subir con infinito esfuerzo la cuesta de vuelta a la plaza. Los lugareños no tienen tanto problema y es que cada 15 o 20 pasos se paran a hablar con los vecinos, de forma que el camino lo hacen lentamente.
El hotel de Darjeeling se coloca al final de una colina y las vistas son impresionantes. Durante el monzón la mayor parte del día el cielo aparece cubierto pero cuando las nubes dejan lluvia, dejan las monatñas cubiertas de un verde especial y el infinito azul intenso. Desde la terraza a la que da la recepción el paisaje justifica el afán de los británicos por trasladarse aquí durante los veranos.
Por otro lado es una preciosa casa de madera, con suelos macizos que crujen al pisar, moquetas altas y grandes ventanales. Las paredes revestidas de grabados y una preciosa biblioteca de muros también de madera en la que paso unas horas curioseando entre los libros, la mayor parte de ellos en inglés y algunos ejemplares con fotos en blanco y negro de Sikkim, de Bután y de Tíbet.

Resumen del viaje

Todos los viajes se deciden de la forma más inesperada, aunque al recordar el momento en el cual escogimos el destino, nos damos cuenta de que nosotros no elegimos el viaje sino que el viaje nos eligió a nosotros y recordamos asombrados cómo nos fue guiando y enredando hasta llevarnos a él.
El interés por la cultura tibetana se nos hizo presente una calurosa tarde de agosto dos años antes en un pueblo de la India llamado Clement Town, que no aparece en los mapas y ni siquiera en las guías de viaje. Unos monjes gelugpas hacían sonar unas trompetas, indiferentes a nuestros obturadores. Por supuesto, al ser invisible a todos los instrumentos que los turistas normales manejamos, ninguno de nuestra clase se había hecho llegar hasta allí y pudimos disfrutar de unas horas maravillosas entre gompas, chortens y jardines.
La celebración en Pekín de los Juegos Olímpicos del 2008, hizo que en el propio Tíbet estallaran revueltas durante la primavera de ese mismo año y veíamos, entre otras cosas, durante la comida y la cena, cómo los extranjeros se quedaban aislados en Lhasa durante días y se suspendían los visados turísticos a la zona. Lhasa se iba alejando poco a poco.
Pero las ganas del Tíbet estaban muy arraigadas y los ojos se dejaron caer lentamente al otro lado del Himalaya. Y se encontraron con un pequeño país llamado Bután.
“¿Bután? ¿Eso por dónde cae?” Aquella era la pregunta más repetida al comentar el destino de ese verano. Me complace saber que con nuestra elección contribuimos a mejorar la cultura geográfica de algunos de los que estaban a nuestro alrededor.
El siguiente paso fue, como desde hace muchos años, buscar libros, artículos, revistas, fotos...todo lo relacionado con el lugar de viaje. No hay mucha información acerca de Bután: las guías disponibles estaban en inglés y tuve que recurrir al consabido amazon en Estados Unidos para comprar algunos libros de segunda mano y empezar a recabar algunos datos.
Los datos que encontraba tampoco eran muy explicativos: por un lado describían de forma detallada los templos y capillas, pero enseguida te dabas cuenta de que algo más había detrás de tanto detalle y no era capaz de encontrarlo en las páginas de los libros.
Compré un libro de segunda mano que habla de la monarquía butanesa, sobre todo por las fotos en blanco y negro que retratan a la familia real cual campesinos y al rey con su corona y descalzo. Creo que no abundan los reyes sin zapatos y me pareció tremenda curiosidad.
Otro libro que compré, también de segunda mano, lo ha escrito una de las cuatro esposas del rey actual, que sí lleva zapatos. Está redactado en un inglés sencillo, casi de escuela primaria y relata de forma muy somera, sin entrar en las realidades, una escena casi idílica del país, con un olor propagandístico del cual uno no puede escapar en ninguna de sus páginas.
Todos los foros aconsejaban visitar Sikkim, diciendo que era una locura quedarse sólo en Bután. Cuando terminamos el circuito en Sikkim no entendía por qué tanto alboroto pero con el tiempo se me fue asentando su encanto y coincido en la opinión de que es imprescindible.