Pelling

Desde Darjeeling nos trasladamos por carretera a Pelling bordeando el río Rangit. Antes de llegar al pueblo visitamos el monasterio de Pema rodeados de niebla. Los murales con figuras tántricas representando la dualidad, que se simboliza por una figura masculina y otra femenina en pleno acto sexual, están tapadas con telas para no herir la sensibilidad de los niños indios que van de vacaciones con sus padres a visitar el templo.
Desde Pelling conseguimos ver el Kanchengdzonga, el cinco picos, con sus cumbres de nieve azul.
El monasterio tiene un ambiente especial, la niebla cubriéndolo todo y las altas banderas del patio crujiendo con el viento. Nos recibe un perro en busca de comida y tenemos que buscar al monje que tiene las llaves para que nos abra, lo que quiere decir que lo vemos completamente solos.

Por la noche diluvia, éste era el monzón que recordaba de Birmania. Hemos iniciado la costumbre de jugar a las cartas después de cenar mientras tomamos una copa, preferiblemente un Bloddy Mary, homenaje a una azafata de la Royal Jordanian o, en caso de haber, una cerveza india tamaño gigante.
Al acabar la partida de esa noche ni el paraguas junto con el chubasquero pueden frenar las cortinas de agua que nos caen hasta llegar a la habitación. El hotel es tipo resort y debemos atravesar nos jardines hasta llegar a nuestra cabaña. Casi nos confundimos y entramos en otra, mezcla de la premura por la lluvia y la oscuridad.
Pero ya he dicho antes que la lluvia limpia el cielo y la mañana nos despierta con un espectáculo que difícilmente olvidaremos: el macizo del Kangzengdzonga se recorta ante nosotros, con sus eternos picos nevados que azulean.
Desayunamos con esta estupenda vista rezando para que las nubes no estropeen este espectáculo. Las mejores fotos que conseguimos son desde el parking de tierra del hotel donde hay plantadas unas banderolas de colores y un pequeño chorten achatado, con estas referencias se aprecia la majestuosidad serena inmensa de la montaña.
Desde el siglo VII existe un monasterio en Sangacholeing, cerca de Pelling al que se puede llegar caminando desde el pueblo o en jeep, lo cual elegimos nosotros, vistas las lluvias de la noche anterior que han convertido la caminata en un barrizal salpicado de sanguijuelas. A estas alturas del viaje ya he aprendido que lich no es un tierno gusanito que repta por el suelo, sino chupansangres. El jeep nos deja a unos 500 m del monasterio y acabamos el recorrido andando entre pinos por un camino de curvas pronunciadas.
En el siglo VIII el monasterio fue atacado y destruido por los gurkhas nepaleses, que quemaron libros budistas en una roca en la cual se puede ver, con imaginación, restos de dicha quema. En la sala del templo llamada Karmakala había un monje orando, al lado de una ventana abierta con vistas al Kanchengdzonga. Es, en este viaje, un momento hipnótico, mágico, de esos que te quedan marcados: los ritmos repetitivos de los mantras, el tambor, los platillos, las paredes con antiguas pinturas de deidades terroríficas defensoras del budismo y al fondo la blancura de los picos de la montaña.
Si cierro los ojos aún puedo sentir la silueta blanca recortada en la ventana a la derecha del lama, oir la letanía acompasada y oler a madera, pintura vieja e incienso.

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