Todos los viajes se deciden de la forma más inesperada, aunque al recordar el momento en el cual escogimos el destino, nos damos cuenta de que nosotros no elegimos el viaje sino que el viaje nos eligió a nosotros y recordamos asombrados cómo nos fue guiando y enredando hasta llevarnos a él.
El interés por la cultura tibetana se nos hizo presente una calurosa tarde de agosto dos años antes en un pueblo de la India llamado Clement Town, que no aparece en los mapas y ni siquiera en las guías de viaje. Unos monjes gelugpas hacían sonar unas trompetas, indiferentes a nuestros obturadores. Por supuesto, al ser invisible a todos los instrumentos que los turistas normales manejamos, ninguno de nuestra clase se había hecho llegar hasta allí y pudimos disfrutar de unas horas maravillosas entre gompas, chortens y jardines.
La celebración en Pekín de los Juegos Olímpicos del 2008, hizo que en el propio Tíbet estallaran revueltas durante la primavera de ese mismo año y veíamos, entre otras cosas, durante la comida y la cena, cómo los extranjeros se quedaban aislados en Lhasa durante días y se suspendían los visados turísticos a la zona. Lhasa se iba alejando poco a poco.
Pero las ganas del Tíbet estaban muy arraigadas y los ojos se dejaron caer lentamente al otro lado del Himalaya. Y se encontraron con un pequeño país llamado Bután.
“¿Bután? ¿Eso por dónde cae?” Aquella era la pregunta más repetida al comentar el destino de ese verano. Me complace saber que con nuestra elección contribuimos a mejorar la cultura geográfica de algunos de los que estaban a nuestro alrededor.
El siguiente paso fue, como desde hace muchos años, buscar libros, artículos, revistas, fotos...todo lo relacionado con el lugar de viaje. No hay mucha información acerca de Bután: las guías disponibles estaban en inglés y tuve que recurrir al consabido amazon en Estados Unidos para comprar algunos libros de segunda mano y empezar a recabar algunos datos.
Los datos que encontraba tampoco eran muy explicativos: por un lado describían de forma detallada los templos y capillas, pero enseguida te dabas cuenta de que algo más había detrás de tanto detalle y no era capaz de encontrarlo en las páginas de los libros.
Compré un libro de segunda mano que habla de la monarquía butanesa, sobre todo por las fotos en blanco y negro que retratan a la familia real cual campesinos y al rey con su corona y descalzo. Creo que no abundan los reyes sin zapatos y me pareció tremenda curiosidad.
Otro libro que compré, también de segunda mano, lo ha escrito una de las cuatro esposas del rey actual, que sí lleva zapatos. Está redactado en un inglés sencillo, casi de escuela primaria y relata de forma muy somera, sin entrar en las realidades, una escena casi idílica del país, con un olor propagandístico del cual uno no puede escapar en ninguna de sus páginas.
Todos los foros aconsejaban visitar Sikkim, diciendo que era una locura quedarse sólo en Bután. Cuando terminamos el circuito en Sikkim no entendía por qué tanto alboroto pero con el tiempo se me fue asentando su encanto y coincido en la opinión de que es imprescindible.
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