Punakha

Si tengo que elegir un dzong de Bután, sin duda es el de Punakha, por sus dimensiones, su mantenimiento y porque parece flotar entre dos ríos. Dentro de los dzong hay bastantes templos-capillas pero no todos pueden visitarse, normalmente están abiertos 1 ó 2 en cada dzong.
Pero lo más impresionante de Punakha no es su magnífica fortaleza, sino es el templo de Che Mi. Para llegar hasta él hay que atravesar arrozales y pueblos con casas de techos de madera y pinturas en las paredes tipo grafitty butanés con dragones, leones y penes voladores que atraen la buena suerte. En una casa se oyen unos tambores y un hombre sujeta a un gallo: parece que hay alguien enfermo y hacen esta ceremonia para alejar los malos espíritus que le han traído la enfermedad. El gallo sale ileso de esta ceremonia, lo que no sabemos es el resultado para el enfermo.
Tras subir una última cuesta y pasar un chorten donde charlan unas mujeres, se llega al templo, muy antiguo, donde muchas parejas van a pedir para tener descendencia. Una pareja de japoneses se vio recompensada con un niño y volvieron los 3 al cabo de unos años para agradecerlo.
En todos los templos y monasterios de Bután hay muchos niños, es una especie de escuela donde aprenden a leer y escribir, pero sólo permanecen en la vida monástica los que realmente sirven para ello. Mientras tanto sus maestros les dejan ser niños, ríen, hablan y se tiran papeles durantes las interminables sesiones de rezo. Otros nos enseñan unas cartas de personajes de acción con las que juegan. Afortunadamente pasamos sólo unas horas en el cochambroso hotel de Punakha. Está lleno de españoles que siguen por el canal internacional la victoria de Nadal, en no recuerdo qué competición, quizá por la fecha fueron los juegos olímpicos. Tan sucio lo vemos que, en un intento a ahuyentar, al menos a los roedores, dejamos una luz encendida toda la noche. La iluminación no impide que por la mañana me encuentre una cucaracha paseando impunemente por mi cepillo de dientes.

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