Llegar hasta Sikkim no resulta fácil. La opción que elegimos fue volar hasta Delhi y allí hacer un cambio de terminal en el aeropuerto para volar hasta Bagdogra, ciudad aún del estado indio de Bengala Occidental. Al llegar al aeropuerto nos metieron en un autobús vacío de Jetairways con el aire acondicionado a todo lo que daba. En la terminal, entre cajas, palés y columnas dormitaban los empleados, donde supongo que será su casa.
Ya en Bagdogra nos recibió un calor húmedo aplastante por las lluvias del monzón de las últimas semanas que habían convertido los arrozales a los lados de la pista de aterrizaje en espejos de agua. Nos recogió un chico sordomudo y pensábamos con asombro que iba a ser nuestro guía durante los siguientes días pero el guía de verdad, Vishal, un nepalés bajito y regordete, nos esperaba fuera.
Cargamos el equipaje en la baca del coche y lo protegieron con lonas de plástico, en previsión de que aquel cielo que parecía despejado iba a darnos una sorpresa a lo largo del día.
Y tomamos el camino a Darjeeling.
Calcuta fue capital del Imperio Británico en India durante siglos pero los ingleses no soportaban el calor asfixiante del verano por lo que, siguiendo su política de no mezclarse ni hacer suyas costurmbres extranjeras, fundaron una ciudad en las montañas del norte donde el clima era más benigno y parecido al de su tierra natal. Llama la atención los pocos británicos que de verdad se han integrado en las sociedades que han colonizado, ya sea en Asia o en Africa. Richard Burton, que fue uno de los mejores mimetistas que han existido y un enfermo del saber y conocer, tuvo muchos problemas de integración con la propia colonia británica debido a que ésta no veía con buenos ojos su acercamiento a los nativos.
Las carreteras en Sikkim no son buenas, hacen falta 2 ó 3 horas aún para llegar a Darjeeling. Para nosotros, que ya conocíamos Dharamsala, el paisaje verde y montañoso se nos hacía familiar.
Paramos a tomar un té de camino, en un lugar con unas preciosas vistas y en la mesa de al lado conocimos a una pareja de japoneses. Ella hablaba un poco de español y a partir de ahí nos los fuimos encontrando en hoteles, lugares turísticos, restaurantes...ella siempre se acercaba con ceremonia a saludarnos y nosotros intentábamos entablar una conversación básica adecuada a sus conocimientos del idioma. Personalmente creo que no nos entendía.
Ya de noche, Darjeeling nos recibió en la víspera de la inauguración de los juegos olímpicos de Beijing, que comenzaban el 8 del 8 del 2008, con decenas, y luego centenares, de tibetanos exiliados pidiendo el boicot de los juegos, con velas dentro de botellas de plástico, rezando y agitando banderas tibetanas.
Recuerdo una luz amarillenta que provenía de las velas que inundaba las calles y se coló en nuestras fotos.
En el centro de refugiados tibetanos de Darjeeling hay ya tres generaciones, la última de las cuales ha nacido en territorio sikkinés. Los más ancianos no hablan más que tibetano pero me pregunto qué historias podrían habernos contarnos de su huída del Tíbet ocupado de haber hablado un idioma común. Intentamos preguntarles pero era absolutamente imposible: sonreían y nos miraban con sus ojos pequeños con la curiosidad de siglos atrás. Trabajaban en artesanías como alfombras, lana, cuero...
La India fue el único país que tuvo valor para plantar cara a los chinos y permitió que miles de refugiados se asentaran en sus tierras. Incluso los tibetanos viven, en muchos casos, mejor que la población local, debido a las donaciones internacionales que les permiten construir hospitales o depósitos de agua potable, que llevan pintado el nombre de la comunidad benefactora, casi todas europeas.
Mientras viva el actual Dalai Lama, y ojalá sea por muchos , muchos años, hay esperanza para ellos ya que aglutina el poder espiritual y político y tiene un carisma y una energía difíciles de ignorar. El día que muera quizá tomen el relevo las facciones tibetanas más agresivas, que existen y muchas veces critican lo que ellos califican como “política blanda” del XIV Dalai Lama, y el conflicto cambie de rumbo...
En Darjeeling, por si faltara algo, también hay otras cuestiones políticas: muchos de sus habitantes piden un estado independiente llamado Ghurkaland, la tierra de los ghurkas, descendientes de los nepaleses inmigrantes. Los nepaleses inmigraron en época británica para cultivar las tierras plantadas de té. Este territorio Ghurka abarcaría parte de Sikkim y de Bengala. Aunque ha habido momentos más problemáticos ahora están en espera de unas elecciones. Las casas aparecen llenas de banderolas y consignas políticas apoyando a uno u otro partido. El equipo en el poder es criticado por corrupción y por haberse “vendido” al
En Darjeeling también hay plantaciones de té, té que vino desde China, donde los trabajadores viven en una especie de semi esclavitud: cobran por kilos de hoja recogida y no tienen derecho a pensiones de jubilación o invalidez, asistencia médica etc. Las escuelas son muy rudimentarias de forma que los hijos de estos trabajadores se ven abocados a la casi obligación del trabajo en la plantación, cerrando el círculo. Incluso esperan con impaciencia llegar a los 12 o 13 años que es el límite para poder trabajar en la hacienda.
Tienen derecho, eso sí, de por vida (mientras trabajan y mientras esperan la muerte) a ocupar una vivienda en las inmediaciones de la fábrica de té, con paredes más o menos estables y techos de uralita.
Repartidos por todo el territorio plantado en terrazas escalonadas, hay una especie de quioscos donde las mujeres van a pesar el té que han recogido desde las 5 de la mañana. Otras lo hacen directamente en el edificio donde se procesa. Evidentemente el precio por kilo lo impone la fábrica.
El procesado del té se basa, principalmente, en su desecación. Casi todos los pasos se enfocan a este hecho: se deshidrata mediante potentes ventiladores, mediante máquinas que lo mueven y terminan de extraer el agua. El triturado es el final y a lo que menos importancia se presta. Hay multitud de variedades de té, algunas llegan a alcanzar los 130 euros el kilo, dependiendo de qué hoja de la planta es la que da origen a la bebida: las más pequeñas y delicadas son las más caras.
A parte de ser la ciudad del té, Darjeeling tiene una calle peatonal que va a dar a una plaza de forma indefinida, en la que se arremolinan tiendas de recuerdos y puestos ambulantes. La actividad comercial ha caído mucho desde que la situación política está revuelta por los deseos de independencia. Sí continúan los puestos de comida donde, para ver la mercancía, a los pescados les ponen velas en donde antes estuvieron los ojos.
Una de las atracciones turísticas, que en su día debió ser muy importante, es el tren de juguete que recorre varios km desde Darjeeling, al lado de la carretera. Es un tren de carbón y casi hojalata, sucio hasta más no poder (y no sólo de carbonilla) que camina renqueante por las colinas que rodean la ciudad. Hace tanto ruido que pienso que en cualquier cuesta tendremos que bajar a empujar. Hacemos una parada en un parque construido en una loma para conmemorar a los caídos no se sabe bien en qué guerra ni contra quien.
El zoológico de la ciudad nos permite observar parte de la fauna de la zona que de otra forma hubiera sido imposible: nadie sueña con encontrarse por la calle un oso tibetano (una osa para ser exactos), un tímido panda rojo o un solitario y fornido yak. Al final de este zoo se encuentra el museo de escalada, actual escuela de reputación mundial dirigida por descendientes del primer nepalés que alcanzó la cima del Everest en varias ocasiones acompañado a las expediciones europeas que tan de moda estuvieron a principios del siglo pasado y que llegaron a llevar a Brad Pitt a pasar Siete Años en el Tíbet. Sorprende los escasos medios, sobre todo de ropa, con los que contaban los primeros expedicionarios, que nunca oyeron hablar, ni falta que les hizo, del Goretex.
En un monasterio budista remoto, al final de una cuesta abajo infinita inmersa en las casas de los habitantes de Darjeeling, se encuentra un ejemplar del libro tibetano de los muertos, hecho de una pasta de pétalos de flor y arroz. Vimos una bonita tela naranja brillante y unas tapas de madera e hicimos un acto de fe colectiva al creer que ese ejemplar era el Libro de los Muertos. En cualquier caso el mérito estuvo en bajar y después subir con infinito esfuerzo la cuesta de vuelta a la plaza. Los lugareños no tienen tanto problema y es que cada 15 o 20 pasos se paran a hablar con los vecinos, de forma que el camino lo hacen lentamente.
El hotel de Darjeeling se coloca al final de una colina y las vistas son impresionantes. Durante el monzón la mayor parte del día el cielo aparece cubierto pero cuando las nubes dejan lluvia, dejan las monatñas cubiertas de un verde especial y el infinito azul intenso. Desde la terraza a la que da la recepción el paisaje justifica el afán de los británicos por trasladarse aquí durante los veranos.
Por otro lado es una preciosa casa de madera, con suelos macizos que crujen al pisar, moquetas altas y grandes ventanales. Las paredes revestidas de grabados y una preciosa biblioteca de muros también de madera en la que paso unas horas curioseando entre los libros, la mayor parte de ellos en inglés y algunos ejemplares con fotos en blanco y negro de Sikkim, de Bután y de Tíbet.
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