Salimos camino hacia Bután, por la vía de Puntsholing. Hay otra frontera terrestre, desde el estado de Assam pero parece que no es muy recomendable por los problemas con los separatistas assameses. El camino se hace largo ya que la carretera es bastante mala y además se encuentra en peores condiciones por el monzón. De hecho hasta este mismo día no sabíamos si podríamos viajar hasta Bután debido a que la única carretera que une Phuntsholing con Thimpu se encuentra cortada desde hace varios días a causa de deslizamientos de tierra. La noche anterior en Kalimpong nos informaron de la posibilidad de viajar a Bután, pero hasta esa misma tarde pensábamos que íbamos a quedarnos visitando los alrededores de Kalimpong.
El camino que atraviesa Bengala hasta Phuntsoling pasa por aldeas que viven de plantaciones de té y arroz. Es curiosa esta asociación agrícola ya que creía que la planta del té necesitaba más altitud y frío para desarrollarse pero debe tratarse de otra variedad. En un pueblo el autobús escolar recogía a los niños y se ladeaba hacia la derecha de forma que parecía que algunos de los niños que viajaban en el techo del vehículo iban a caer.
Vimos pobreza, hombres extremadamente delgados tirando de carros llenos de leña, mujeres que recorrían largas distancias también transportando pesadas bolsas y la mayoría de los niños van descalzos. Incluso un casi bebé bebía agua de un charco.
El puesto fronterizo entre India y Bután no es más que un edificio donde un lángido funcionario estampa sellos, a la derecha de una calle ancha, sucia, con una mediana que separa los dos carriles en un intento de modernizar la ciudad.
En esta misma oficina nos esperaba también el guía de Bután, vestido de manera occidental lo que nos sorprendió, ya que en todas partes habíamos leído que los butaneses están obligados a vestir el traje tradicional. Nos llevaron al hotel y allí nos despedimos de Vishal, el guía nepalés, orgulloso de ser ghurka que tanto me enseñó de budismo, y también de baba, el conductor siempre con una sonrisa a cualquier hora y por cualquier motivo. Gracias desde estas páginas a los dos por hacernos pasar unos días tan agradables en Sikkim.
Esa misma tarde paseamos por Phuntsoling que tiene los encantos de cualquier ciudad fronteriza, destacable por una puerta ornamental y por la ausencia de vacas en las calles. Las noticias que recogemos respecto al estado de la carretera que tenemos que tomar al día siguiente, no son muy alagüeñas: lleva 4 días cortada y el país está entrando en una especie de pánico debido a la falta de suministros.
Encontramos a un grupo de españoles que viajaban con Nobeltours y que nos contaron que ya llevaban 2 días en aquella ciudad sin interés. Durante la cena hablamos con nuestro guía, planteándole todo tipo de posibilidades en caso de que la carretera siga cortada. Las opciones que hemos decidido son volver a la India y atravesar la frontera de Assam, cosa que Tashi, el nuevo guía, nos descarta por ser al día siguiente el día de la Independencia India. Lo siguiente que planteamos es ir hasta Nepal y desde Kathmandú tomar un vuelo a Paro. Nos encontramos con un recio muro que nos escucha pero no sale de decirnos que vamos a intentar pasar por la carretera cortada. Vamos a dormir algo tristes e inquietos, casi seguros de no poder avanzar y de tener que volver a Phuntsoling.
A los 50 km de salir de la frontera, media hora más temprano de lo que quería el guía, fue lo único que conseguimos sacarle en la negociación, escuchamos un fuerte ruido y al poco nos damos cuenta de que se nos ha roto el carter y debemos esperar a que la agencia nos envíe otro coche desde Thimpu. Los coches pasan de forma intermitente, lo que nos hace pensar que sólo se permite el tráfico de forma puntual. En los andenes de las carreteras están los mismos trabajadores de Assam, Bengala, Bihar y Bangladesh que poblaban el camino al lago Tsongo en Sikkim.
El guía nos explica que las escuelas en Bután son gratuitas, exceptuando una especie de matrícula casi simbólica y la compra del uniforme que deben abonar las familias. Pero los niños de los trabajadores que viven en casas de lata entre el lodo no tienen escuelas, sólo dejan pasar el tiempo hasta que, si tienen suerte y sobreviven, alcanzan la edad necesaria para acarrear piedras en las carreteras como sus padres.
Durante las casi 5 horas que permanecemos en la cuneta esperando el nuevo coche somos la atracción de todos los poblados, sobre todo de los niños que, evidentemente, están ociosos. Los más mayores cuidan de los más pequeños y todos quieren verse retratados en las cámaras digitales. Sus play station son los restos de un aparato metálico, un palo o incluso un chicle se convierte en diversión durante un buen rato. Uno de ellos tiene unas golosinas que le han dado un grupo de españoles que han pasado por aquí camino también de Thimpu y se acerca a ofrecernos por si queremos una. Sonrisas blancas.
Ya de noche alcanzamos Thimpu, entre baches, sorteos de ríos que bajan de la montaña con más o menos fuerza y esquivos de piedras.
El camino que atraviesa Bengala hasta Phuntsoling pasa por aldeas que viven de plantaciones de té y arroz. Es curiosa esta asociación agrícola ya que creía que la planta del té necesitaba más altitud y frío para desarrollarse pero debe tratarse de otra variedad. En un pueblo el autobús escolar recogía a los niños y se ladeaba hacia la derecha de forma que parecía que algunos de los niños que viajaban en el techo del vehículo iban a caer.
Vimos pobreza, hombres extremadamente delgados tirando de carros llenos de leña, mujeres que recorrían largas distancias también transportando pesadas bolsas y la mayoría de los niños van descalzos. Incluso un casi bebé bebía agua de un charco.
El puesto fronterizo entre India y Bután no es más que un edificio donde un lángido funcionario estampa sellos, a la derecha de una calle ancha, sucia, con una mediana que separa los dos carriles en un intento de modernizar la ciudad.
En esta misma oficina nos esperaba también el guía de Bután, vestido de manera occidental lo que nos sorprendió, ya que en todas partes habíamos leído que los butaneses están obligados a vestir el traje tradicional. Nos llevaron al hotel y allí nos despedimos de Vishal, el guía nepalés, orgulloso de ser ghurka que tanto me enseñó de budismo, y también de baba, el conductor siempre con una sonrisa a cualquier hora y por cualquier motivo. Gracias desde estas páginas a los dos por hacernos pasar unos días tan agradables en Sikkim.
Esa misma tarde paseamos por Phuntsoling que tiene los encantos de cualquier ciudad fronteriza, destacable por una puerta ornamental y por la ausencia de vacas en las calles. Las noticias que recogemos respecto al estado de la carretera que tenemos que tomar al día siguiente, no son muy alagüeñas: lleva 4 días cortada y el país está entrando en una especie de pánico debido a la falta de suministros.
Encontramos a un grupo de españoles que viajaban con Nobeltours y que nos contaron que ya llevaban 2 días en aquella ciudad sin interés. Durante la cena hablamos con nuestro guía, planteándole todo tipo de posibilidades en caso de que la carretera siga cortada. Las opciones que hemos decidido son volver a la India y atravesar la frontera de Assam, cosa que Tashi, el nuevo guía, nos descarta por ser al día siguiente el día de la Independencia India. Lo siguiente que planteamos es ir hasta Nepal y desde Kathmandú tomar un vuelo a Paro. Nos encontramos con un recio muro que nos escucha pero no sale de decirnos que vamos a intentar pasar por la carretera cortada. Vamos a dormir algo tristes e inquietos, casi seguros de no poder avanzar y de tener que volver a Phuntsoling.
A los 50 km de salir de la frontera, media hora más temprano de lo que quería el guía, fue lo único que conseguimos sacarle en la negociación, escuchamos un fuerte ruido y al poco nos damos cuenta de que se nos ha roto el carter y debemos esperar a que la agencia nos envíe otro coche desde Thimpu. Los coches pasan de forma intermitente, lo que nos hace pensar que sólo se permite el tráfico de forma puntual. En los andenes de las carreteras están los mismos trabajadores de Assam, Bengala, Bihar y Bangladesh que poblaban el camino al lago Tsongo en Sikkim.
El guía nos explica que las escuelas en Bután son gratuitas, exceptuando una especie de matrícula casi simbólica y la compra del uniforme que deben abonar las familias. Pero los niños de los trabajadores que viven en casas de lata entre el lodo no tienen escuelas, sólo dejan pasar el tiempo hasta que, si tienen suerte y sobreviven, alcanzan la edad necesaria para acarrear piedras en las carreteras como sus padres.
Durante las casi 5 horas que permanecemos en la cuneta esperando el nuevo coche somos la atracción de todos los poblados, sobre todo de los niños que, evidentemente, están ociosos. Los más mayores cuidan de los más pequeños y todos quieren verse retratados en las cámaras digitales. Sus play station son los restos de un aparato metálico, un palo o incluso un chicle se convierte en diversión durante un buen rato. Uno de ellos tiene unas golosinas que le han dado un grupo de españoles que han pasado por aquí camino también de Thimpu y se acerca a ofrecernos por si queremos una. Sonrisas blancas.
Ya de noche alcanzamos Thimpu, entre baches, sorteos de ríos que bajan de la montaña con más o menos fuerza y esquivos de piedras.
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